Uno de los motivos más frecuentes del abandono de perros y gatos es el nacimiento de un bebé en una casa. Otro motivo o excusa que argumentan los "abandonadores" es que la mascota no se adapta a vivir con los niños de la familia, que es muy bruto jugando, les gruñe o, simplemente, no les hace caso.
Mascotas, fundamentales para una sana educación
Muchos estudios avalan la importancia que tiene para la educación de un niño compartir su vida con una mascota. Al tener que alimentar, pasear, asear o educar a su animal de compañía, el niño no solo aprende responsabilidad sino que afianza esos conocimientos muchas veces teóricos sobre las necesidades básicas que tiene un ser vivo. Convivir con una mascota contribuye a desarrollar correctamente destrezas emocionales fundamentales como la responsabilidad, la empatía (ponerse en el lugar "de"), la paciencia y la justicia. Está demostrado, también, que los niños que comparten su vida con una o varias mascotas desarrollan antes y de forma más completa su autoconfianza. Este último dato es lógico: el niño o la niña se sienten más fuertes, hábiles e inteligentes que otro ser vivo, pero esta autoestima es un arma de doble filo: si falta el respeto mutuo puede provocar una situación siempre delicada y, en ocasiones, peligrosa.
El respeto como base de la relación
Si el niño se siente de alguna manera superior a otro ser vivo, su inmadurez puede hacerle caer en la falta de respeto. No hablamos de los bebés que carecen de conocimientos y experiencia para saber que un perro o un gato sufren si se les tira del pelo o se les mete un dedo en el ojo. Hablamos de niños mayores de 2 o 3 años, personitas que ya saben lo que es provocar y sentir dolor y que de forma natural o aprendida prescinden del respeto más básico hacia lo que les rodea, sean padres, madres, abuelos, hermanos… o mascotas.
Niño y mascota deben aprender a respetarse mutuamente desde el primer día de su relación, pero ese conocimiento no "surge del aire". Forma parte de un proceso educativo global que recibido de forma correcta a lo largo de la infancia, dará como fruto adultos responsables y respetuosos, personas que sabrán comportarse y convivir en cualquier entorno y cerca de cualquier ser vivo, sea planta, hámster, perro o gato.
Cuando los problemas se agravan
Las consecuencias
Una persona que ha sido atacado por un animal durante su niñez no solo puede sufrir secuelas físicas, sino también emocionales y psicológicas. La violencia del ataque puede desencadenar en la persona una fobia indiscriminada hacia cualquier animal, trastornos de la alimentación y del sueño, falta de autoestima, miedos injustificados… Si es el niño el agresor, el trastorno psicológico puede ser aún más profundo y requerirá la inmediata asistencia psiquiátrica o psicológica. Un animal que haya sido maltratado estará marcado de por vida y requerirá mucho amor en el futuro para volver a confiar en un ser humano. Un animal que haya agredido a un menor será, en el menor de los casos, eutasianado en un centro veterinario o apartado de la familia y abandonado a su suerte.
En definitiva: es fundamental que eduquemos a mascotas, niños y niñas en la tolerancia, el amor y, fundamentalmente, el respeto.