Estamos a un paso de la primavera: días más largos y templados, tardes de sol… es una estación del año ideal para disfrutar de la naturaleza con nuestro perro. Pero la primavera es, también, "tiempo de oruga procesionaria". Ese pequeño gran enemigo que puede hacer mucho daño a nuestra mascota.

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La oruga procesionaria

Como sabes, las orugas son las larvas de los lepidópteros o, en lenguaje común, de las bellas mariposas. La oruga de la procesionaria - también llamada "del pino"- es la larva de la Thaumatopea Pytocampa una mariposa que suele habitar en los bosques de coníferas. Estas orugas son consideradas "plagas" porque hacen mucho daño a los pinos, los cedros y los abetos de los bosques de países mediterráneos como España, Italia, Portugal, Turquía, Túnez, Marruecos… También está presente en los bosques de las zonas más templadas de Alemania, Bulgaria, Hungría y Suiza. La oruga procesionaria vive durante el invierno en una especie de bolsa o nido cerrado con aspecto sedoso situado en las copas o ramas más altas de los árboles. Cuando comienza la primavera, la larva "despierta" y desciende por el tronco de la conífera hasta llegar al suelo; allí esperará hasta que lleguen los meses más cálidos del verano, estación en la que se convertirá en mariposa. Para descender de los árboles, las orugas caminan en fila, unas detrás de otras, es decir: "en procesión" de ahí viene su nombre común. Pero la oruga procesionaria no solo produce daños a los árboles, también es muy tóxica para los seres humanos y terriblemente dañina para las mascotas que la huelen, tocan, lamen o tragan. Normalmente los pequeños animales que viven en el bosque saben muy bien que no deben acercarse ni a esos gusanos ni a los restos algodonosos de los nidos que las han albergado en invierno. Pero nuestros perros - y en menor medida los gatos y los hurones - son animales caseros, excesivamente protegidos y nada acostumbrados a los peligros de la naturaleza. Sobre todo los cachorros ven un juguete en ese gusano grisáceo, con pelos rojizos que ondula entre las hojas. Su reacción instintiva es "ver qué es" y, para ello, acercan su trufa o le dan un buen lamido. ¿El resultado? Una intoxicación gravísima de la lengua, las encías y cualquier otra zona que haya estado en contacto con el veneno.

Cómo atacan

 Las orugas procesionarias están cubiertas de finos pelillos de color rojo muy punzantes. Cuando una nariz, trufa, pata o mano (la nuestra) toca al insecto, sus pelillos se clavan y segregan una sustancia muy tóxica denominada taumatopeina

Si una persona entra en contacto con estos pelillos venenosos, lo normal es que sufra una fuerte reacción alérgica dérmica, es decir, su piel se enrojecerá violentamente, empezará a picar y, en ocasiones, necesitará tratamiento médico. Pero el caso de la mascota es mucho, muchísimo más grave. Si el perro toca a una oruga, sus finos arpones se clavarán rápidamente en la trufa del animal, una de las partes de su cuerpo más sensibles. Si el perro la lame o muerde, la toxina entrará directamente en la boca, afectando la lengua y las encías y provocando un picor y un dolor tan intenso que la pobre mascota intentará aliviarse frotando el morro con sus patas. Este gesto completamente natural provocará que la toxina se disperse por la zona ocular y las patas delanteras del perro agravando, así, el cuadro clínico. Si el perro se traga a la oruga procesionaria el problema se hace mucho más severo: el contacto directo de los pelos tóxicos con la laringe provocará una rápida inflamación que puede tapar en cuestión de segundos las vías respiratorias de nuestra mascota y producirle la muerte.

Qué debemos hacer

Si nuestra mascota entra en contacto con la oruga procesionaria enseguida nos daremos cuenta. El perro comenzará a babear muchísimo, a gemir, a frotarse la cara con las patas o contra el suelo… En estos casos la rapidez es vital para minimizar la lesión e, incluso, evitar la muerte de nuestro peludo. 

Si podemos, limpiaremos toda la zona afectada con abundante agua, envolveremos las patas del animal con una manta o jersey para evitar que siga propagando la toxina y acudiremos inmediatamente al veterinario más cercano. No olvidemos que la toxina de la procesionaria también puede hacernos daño a nosotros, así que intentaremos tocar al perro protegidos con guantes, pañuelos de papel, una bolsa de plástico, una camiseta enrollada….

La mejor medida de prevención para evitar riesgos es no frecuentar los bosques de coníferas durante los meses de febrero, marzo e, incluso, abril. Además si vemos algún nido de oruga procesionaria, daremos parte inmediatamente a las autoridades para que lo erradiquende la zona.

Como casi siempre, la mejor prevención es evitar los riesgos.



  Sobre el autor

Marta Barrero

“Se puede vivir sin perro, pero no merece la pena” es una de las máximas de Marta Barrero, nuestra redactora especializada en formación, comunicación y publicidad.

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